domingo, 20 de diciembre de 2009

OCÉANOS DE OLIVOS (I.SMJ Pte.1ª)



Te levantas y ves llover como si una vieja de estas antiguas arrojara “sus aguas” de la escupidera que usa para otra cosa que no es precisamente escupir. El cielo se encuentra negro, pero justo a la hora en cuando debía comenzar hacer camino sale un pequeño rayo de sol.

Recuerdo a la Damita a la cual le he prometido ir y veo en parte ilusionada. Recuerdo a la Madame Mangaca, sus deseos de pegarme y cierto favor que hice a alguien para entregarle una cosa. Recuerdo las mil veces que no he realizado una cosa por miedo o vagancia y cómo al final, por muchas cosas, me arrepiento. Así que paso de pensar, me visto rápido y tiro para la “alsina” -haciéndome antes una parada para repostar- y tiro para una ciudad que en realidad no conozco personalmente: Jaén. Así comienza este pequeño viaje, que es en realidad frikismo puro, ya que esto no es para visitar simplemente una ciudad con historia. En realidad es para quedar con peña de caras desconocidas e ir al Primer Salón del Manga de Jaén.


Una vez tomado el bus, sientes el calor de los chorros de aire, donde en sus conductos debía haber algo, porque desprendía un olor extraño a podrido. Sinceramente quiero pensar que era eso, y no nadie de mi alrededor - al menos no la chica maja de al lado-… o yo mismo -me olfateo-. Algo cansado, en realidad madrugué bastante, decido cerrar los ojos y relajarme mientras escucho mi musiquilla. Y es las protestas de un capullo alterado lo que me avisa que algo ocurre: el bus está parado con las luces de emergencia comprobando el arranque y demás cosas, sin explicarnos nada. En esos momentos ese lado de mí que se quería quedar florece de nuevo, pero ya estaba decidido, no había pasado un frío de cojones para nada… así que si había que llegar más tarde, hala, se hacía. Por suerte arranca y continua, y yo sigo a lo mío con mis ojos cerrados.

En un momento entreabro los ojos y entonces veo algo que me maravilla, que me eclipsa, algo que tan sólo había escuchado hablar, pero que ese día encima parecía ser propicio para que los grander oradores en poemas hubieran recitado mil alabanzas a esas vistas. Me decían lo de allí llamarlo mar, pero ese día vislumbré que era un océano, un Océano de Olivos. Un Océano verde que se extiende hasta los últimos montes y colinas, donde las feas islas formadas por polígonos se asoman. Ves las distintas tierras existentes, dese una tierra rojiza y casi barrizal a una roca granítica que me maravilla por las formas retorcidas que crea, formas que parecen existir así para proteger de algún mal al Océano de Olivos.

Pero existe un momento que creo que tardaré en olvidar -el que los poetas hubieran descrito mejor que yo-, un momento donde dos océanos se unen, abrazan y besan como si fueran amantes que llevaban tiempo sin estar juntos. Olivos y nubes blancas como la nieve -espesas-, unidos, haciendo paso entre esas nubes negras que parecen despejarse poco a poco.

Algo de tiempo después llego a mi destino, estando un poco eclipsado aún por la noticia. Ya en el bus veo a la señorita, a la Damita que ha venido a recogerme, la verdad, dudo si es ella, pues toda ella está tapada y sólo creo reconocer su largo cabello ondulado. Así que en ése momento pasó de ponerme efusivo sin saberlo. Cuando cojo mis bártulos y veo que me sonríe veo que es ella, la Damita, y tras el saludo comienza un extraño calvario que viví con mucho placer.

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