miércoles, 10 de febrero de 2010

El Hombre en el Desierto



Me encontraba en mi mundo, mi mundo normal, mi mundo monótono, aquel donde yo soy un simple mortal más. Pero en un momentos, tras el momento más maravilloso de mi vida, apareció aquel lugar tras un fogonazo. Era un desierto, un desierto placentero, donde yo era uno con el cielo y la tierra. Pero la arena, aquella dorada arena sólo guardaba, ocultaba temores y verdades.

Bajo ella aparecían terribles criaturas de largos brazos y garras, que sólo proliferaban, y de sus bocas sólo aparecían blasfemias y falacias. Mientras esos terribles seres, negros como el petroleo, se subían por mi cuerpo inmobil intentando arrastrarme hasta la profundidad de un caos incomprendido y no deseado.


Y entonces apareció él. No, no era especial, pero era como si entonces fuera capaz de dar solución a cada una de las preguntas que se hacía. Con evidencia y claridad. Era como si encontrara la respuesta al TODO y a la NADA... pero no era perfecto, pues aunque consiguió respuestas, olvidó a las preguntas que iban dirigidas. ¿De que valía entonces? Sencillo, el no conocer las preguntas no importaba, no le daba atisbo de duda.

Es tan placentero el no dudar, es tan placentero el creer que sabes la verdad, una verdad que a la vez sabes que no es verdad, una falacia más que añades de forma consciente en este mundo de inconscientes. Y eso, no te convierte mejor que esas criaturas. Con una palabra, era capaz de despedazar las palabras oscuras que salían de su boca. Con una carcajada, era capaz de reventar sus cuerpos como jirones de trapo... Y me sentía bien, se sentía superior.



Tan sólo había que alzar la mirada para haberme dado cuenta de que no eramos ellos y yo, sino ellos, yo y ELLA. En esa Luna la sentí, sentí como sus rayos me acariciaban mi corazón y como las dudas comenzaban a brotar en la mente, mientras aquél de las verdades sólo sonreía, porque él ya sabía la respuesta: En este mundo se vive con dudas, algunas se responden, otras sólo esperas a que un día se respondan.

Así, volvió a quedar guardado en mi, mientras que el niño volvía apenado por ese desierto, donde las criaturas le dejaban paso. Sólo pude ponerle una mano en la cabeza, consolarlo, antes de engullirlo. Y ahora aquí me encuentro, manteniendo a ese niño feliz que es el que a la vez controla al cabrón de las respuestas que hay en mí, en un desierto donde la arena cubre a las criaturas que pudren al mundo, en un desierto donde yo pertenezco, aunque no lo quiera y tema, a esas criaturas. Pero hay varias respuestas a las que le he encontrado su pregunta. Y una de ellas es que aún tengo fe de que esas criaturas de largos brazos y garras sean capaces de vivir en la superficie de la arena, aunque yo poco a poco me hunda en ella.

Dedicado a mi Rayo de Luna
y agradecimientos a los que me demuestran que aún se puede andar sobre el desierto,
incluido a ese cabrito que me habló de desiertos y fenecs.

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